El encender velas y lámparas ha sido considerado de tiempos muy antiguos como una prueba exterior de alegría y también por medio de ellas se manifestaba el respeto hacia ciertas personas distinguidas. Así es que se llevaba delante de algunos magistrados romanos entre otras insignias de distinción una mesa en la que había un libro y como dos candeleros con dos velas encendidas.
El uso de las candelas o cirios en las ceremonias religiosas es de la más remota antigüedad. Sabemos que los paganos se servían de antorchas en sus sacrificios, sobre todo, en la celebración de los misterios de Ceres y que ponían cirios encendidos delante de las estatuas de sus dioses.
Unos creen que a imitación de esta ceremonia pagana fueron introducidos los cirios en la Iglesia. Otros sostienen que los primeros cristianos tomaron este uso de los judíos. Sin embargo, parece que el origen o introducción de las candelas no debe buscarse ni en unos ni en otros, sino en el cristianismo mismo. Es bien sabido que no pudiendo reunirse los primeros fieles sino en lugares ocultos y subterráneos estarían obligados a valerse de antorchas y luces para la celebración de los misterios de su religión y cuando después pudieron edificar altares y templos tuvieron también necesidad de ellas porque estos estaban construidos de modo que apenas dejaban entrar la luz con el objeto de inspirar más respeto y veneración por medio de la oscuridad. Este parece sin duda el origen más natural de la introducción de los cirios en la Iglesia. Y éstos, que en un principio fueron de necesidad, pasaron a ser con el tiempo un adorno y algunas veces, parte de ceremonias misteriosas y simbólicas.
En otro tiempo no se ponían las velas encendidas sobre el altar, sino sobre unos maderos o tablas que atravesaban el santuario o el coro. En tiempos muy antiguos se usaban ya también candelas o velas de olor, como las que sirvieron en el bautismo de Clodoveo.
Las quince candelas que en la semana santa se ponen sobre el atril y se van apagando sucesivamente, representan los doce Apóstoles y las dos Marías y la más alta a la Virgen que por no haber perdido jamás la fe de la futura resurrección de su Hijo no se apaga nunca.
En la antigua Francia se utilizaban las velas fabricadas con la cera de las abejas. En la Edad Media en Asia se utilizaban velas hechas a base de grasa animal (sebo). Cuenta la leyenda que a partir de este momento se comenzó a hacer popular una frase que se utiliza en la actualidad: “Es receta para la presión: vela”. A mediados del siglo XVIII se comenzaron a fabricar con una preparación a base de parafina, ácido esteárico (ácido sólido graso) y en ocasiones cera de abejas, aceites animales hidrogenados u otros materiales grasos.
La forma más antigua conocida para fabricar velas consiste en la suspensión de la vela (velita, velaza o velota) en un recipiente donde se aloja cera (o grasa) congelada. Se quita la vela del recipiente y se espera hasta que se derrita al calentarse. Se repite este proceso varias veces sobre la misma vela hasta obtener el grosor buscado. Aún se fabrican algunas velas artesanales de esta manera, aunque la mayor parte de las mismas se fabrican mediante moldes y maquinaria en las fábricas.